de Enrique Anderson Imbert
Este es un cuento borgeano que me ha intrigado durante muchos años. Cada cierto tiempo tengo ganas de releerlo para mantenerlo vigente en mi mente. Esto se debe principalmente al concepto mismo del grimorio. Tienes que leértelo de corrido, de una vez, sin parar, y al terminarlo por primera vez, tienes que comenzarlo de nuevo, pero no para leer la misma historia, sino otra.
El lector del grimorio es un tal Profesor Rabinovich un judío con un apellido inconfundiblemente judío. Curiosamente este libro se trata del Judío Errante y su vida a través de los siglos. Si el lector fuera católico, ¿el protagonista hubiera sido judío igual o quizás un cruzado u otro personaje cristiano? No se sabe porque es parte de la magia del cuento. Este profesor encuentra este extraño libro camino a su casa - está a punto de salir de vacaciones, pero con este hallazgo, cambia sus planes.
Me puse algo incómodo cuando el Judío Errante empezó a hablar de Jesucristo y que no era tan "elegido" como dice la Biblia y que el Judío Errante tenía poderes no reconocidos por la gente. Me dio una sensación parecida, por razones distintas, cuando apareció Jesucristo en El Caballo de Troya de J.J. Benítez.
Por otro lado, me gusta que este cuento se haya tratado de judíos ya que son una minoría, pero una minoría importante e influyente en Latinoamérica. No toda la literatura latinoamericana debe ser "criolla" o "autóctona" para ser válidamente latinoamericana.
Volviendo a la forma del libro, que es lo que me atrae tanto, ¿acaso el grimorio no simboliza todos los libros? Si uno comienza una novela, lee diez páginas, después suena el teléfono y tiene que almorzar o qué sé yo, difícilmente se va a acordar de todo y para acordarse fielmente de todo, tendría que recomenzar el libro. Lo otro que recalca el cuento es un libro representa una obra distinta para cada lector porque todos interpretamos una obra de distintas maneras.